Por Mario Conde
Lo de Bankia es gordo. El Supremo ha dicho ayer que las ventas de las acciones de esa entidad en su salida a Bolsa son nulas, de modo que los compradores pueden devolver los títulos y les entregarán el dinero que pagaron por ellos con sus correspondientes intereses. Una sentencia histórica.
Digo que el asunto es gordo, tanto cuantitativa como cualitativamente. Estamos hablando de un potencial de 1.800 millones de euros. Sabemos que la entidad lo tiene provisionado, es decir, que el dinero lo tiene guardado y descontado de sus cuentas de resultados. Ya, pero ¿con qué dinero ha efectuado esa provisión?. Pues con el que puso el Estado en su día, que si no recuerdo mal fueron unos 20.000 millones de euros, aproximadamente. Una cifra monstruosa que hubo que situar en las cajas de la entidad para reparar las inconcebibles pérdidas patrimoniales que logró acumular.
Digo inconcebibles porque uno, que tiene cierta experiencia en el sector financiero, sabe que para perder esa cantidad tan brutal de dinero hay que empeñarse mucho, porque no es fácil conseguir semejante despropósito. Pues a la vista está que lo lograron, y claro, como se aplica la historia esa de "demasiado grande para caer", el Estado tiene que poner el dinero, y como el Estado sólo lo gana a base de quitárselo a los contribuyentes, son los españoles los que pagan semejante factura. No se si en su día conseguirá el Estado recuperar algo de lo puesto. Pero, en fin, de momento, así están las cosas: una monstruosa cifra, una gestión inconcebible y unos paganos que son lo de siempre.
Pero el asunto es mas gordo cualitativamente. Vamos a ver: el Supremo ha dicho con lenguaje jurídico que las cuentas que presentaron son falsas. La frase es ese eufemismo de "no reflejaban la verdadera situación patrimonial y económica de la entidad". Vamos, que son falsas, que mintieron, que elaboraron unas cuentas irreales para engañar a los inversores. Por eso se anula el contrato de venta, porque se ejecutó con engaño. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible?