Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

4 de marzo de 2015

El salvador del Museo del Prado

En julio de 1936, durante la Guerra Civil Española, el gobierno republicano creó la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, un organismo encargado de velar por las obras de arte y en concreto por las del Museo del Prado para evitar que fueran destruidas durante la guerra.

La Junta, dirigida por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, custodió, clasificó, documentó y salvaguardó una enorme cantidad de piezas artísticas del patrimonio español que viajarían de un lado a otro de la Península hasta recalar en Suiza. De no haber sido así, habrían desaparecido para siempre.

Timoteo Pérez Rubio nació en Oliva de la Frontera (Badajoz) en 1896 y está considerado como uno de los pintores extremeños más importante de la anteguerra.

En 1915, la Diputación de Badajoz le concedió una beca para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aquí compartió estudios con la que sería su esposa, la escritora vallisoletana Rosa Chacel. Tenía entonces 19 años y llegaba de Extremadura, según su mujer "con su traje de pana, de pana parda, traje de pastor"

El joven, exitoso y confiado, se casó con la escritora en 1921 con la que tuvo un único hijo: Carlos

En ese mismo año consiguió una beca para la Academia de España en Roma donde se quedó hasta 1927 que regresa a España.

En 1936, Pérez Rubio tenía ya cuarenta años y contaba con una larga trayectoria como pintor y una primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932. Poseía una amplia experiencia docente y también profesional como Subdirector del Museo de Arte Moderno de Madrid.

En julio de 1936, el artista se alistó como voluntario en las milicias republicanas. Decidió dejar el pincel y la paleta para cambiarlos por el "fusil" y poder luchar, con absoluta responsabilidad y honestidad, en el salvamento del patrimonio artístico amenazado de destrucción. Éste fue el compromiso que asumió con la guerra que asolaba su país.

Con el inicio de las hostilidades y los primeros bombardeos, el gobierno republicano ordenó el traslado de las obras del Museo del Prado a Valencia junto con otras incautadas.

El 16 de noviembre de 1936, nueve bombas incendiarias caerían sobre el museo pero apenas nueve días antes, las mejores piezas habían emprendido un viaje agotador, lento y farragoso hasta Valencia.

Ante la pésima logística, algunas pinturas iban al aire y sólo atadas con cuerdas. Cuadros como Las meninas de Velázquez y el Retrato Ecuestre de Carlos V de Tiziano se tuvieron que bajar de los camiones en el puente de Arganda porque se daban con el armazón metálico y se tuvieron que hacer pasar de una orilla a otra a través de rodillos.


Posteriormente, dichas piezas artísticas fueron trasladadas a Barcelona en dos tandas, una en mayo de 1937 y otra en marzo de 1938; después, en otras dos tandas, en abril de 1938 y enero de 1939, a unas minas en el Ampurdà y al Castillo de Peralada.

Finalmente, en febrero de 1939, atravesaron Francia para ser depositadas en Ginebra, donde las custodió el Comité Internacional de Expertos para el Inventario de las Obras de Arte Españolas. Eran 1.868 cajas que pesaban 139.890 kilos, según registró la aduana suiza. En esta ciudad permanecieron expuestas en la Sociedad de Naciones hasta su devolución a España el 7 de septiembre de 1939, fecha en la que partió un tren con vagones especiales.

Dos días después, este convoy hacía entrada en la Estación del Norte de Madrid. Como los camiones que fueron a Valencia tres años antes, el tren había viajado por la noche sin luces para evitar los ataques. Hacía tan sólo ocho días que la Alemania de Hitler había invadido Polonia y con ello se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. El arte se salvaba de nuevo.

Concluida la Guerra, José María Sert y el ensayista Eugenio d'Ors fueron los encargados de negociar las condiciones de devolución de las piezas a la dictadura franquista. Como resultado, tras celebrar en Ginebra una exposición del Prado, las piezas se repatriaron con prisas y nuevos riesgos de deterioro o pérdida, al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial. Atravesando buena parte de una Europa bombardeada por los alemanes, los tesoros del Prado cruzan Francia en trenes nocturnos. Algunos cuadros como El Jardín de las Delicias de El Bosco, originalmente en El Escorial, permanecerán desde entonces en el Museo del Prado.

Las obras maestras del Prado, del Monasterio del Escorial, del Palacio Real, del Palacio de Liria, o de la Academia de San Fernando regresaron a España y la propaganda franquista (que se atribuyó el mérito de su rescate), consiguió desterrar a quienes con su esfuerzo habían logrado concluir felizmente una auténtica odisea salvando un patrimonio excepcional e impidiendo que, con su pérdida, se consumara, como el propio presidente Azaña escribió, una "catástrofe irreparable".

El relato de toda esta odisea se ha ido reconstruyendo con los años, ya que al acabar la guerra estos "rescatadores" fueron represaliados por la dictadura franquista y se les acusó de haber intentado vender los cuadros a cambios de armas, de haber intentado usarlos como canjes, o incluso de haberse apropiado las obras para su propio beneficio. Pero el tesoro artístico, dicen los historiadores, se reintegró por completo.

Ya a mediados de los sesenta, tras años de olvido y desprecio por parte de las autoridades, se escucharon las primera voces reivindicando su actuación. Artículos, revistas y libros fueron acallando el silencio oficial. El primer gran punto de inflexión lo marcó una exposición que se celebró en Ginebra en 1989. 

Poco a poco, algunos cuadros suyos fueron apareciendo aquí o allá y pudieron ir conociéndose obras perdidas, recuerdos personales, y retratos colectivos, que certificaban su filiación a determinados grupos o su presencia en acontecimientos particularmente relevantes. Testimonios dispersos a partir de los cuales se pudo ir aclarando el relato biográfico de uno de los artistas extremeños más importantes del pasado siglo.

Después de devolver las obras en perfecto estado, fue condenado al destierro por negarse a firmar un juramento de lealtad al Gobierno de Franco. Tras un breve interludio en Ginebra y unos años en Buenos Aires, residió en Brasil hasta su muerte en 1977. Sus restos mortales regresaron a su localidad natal el 13 de abril de 1999.

Alberto Porlan ha narrado este angustioso periplo de ida y vuelta en un documental titulado Las cajas españolas.



Fuentes
Las cajas españolas Luz Rasante
Timoteo Pérez Rubio Guerra Civil Española día a día

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