Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

22 de noviembre de 2014

Tener mas orgullo que don Rodrigo en la horca

Este viejo dicho popular, "Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca", es una expresión que se aplica para reprochar a quien, incluso en las circunstancias más adversas, hace gala de una inquebrantable altanería.

Tiene fundamentos históricos, pues se refiere al rumor difundido sobre la actitud que mantuvo don Rodrigo Calderón en el cadalso cuando fue degollado públicamente, que no ahorcado, en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621.

Ese fue el triste final de un noble de origen flamenco que residía en la Casa de las Aldabas de Valladolid, un ambicioso personaje que medró al amparo del Duque de Lerma y compartió con él poder y riqueza durante el reinado de Felipe III, hasta que el rumbo de la historia discurrió por derroteros bien distintos.

Poetas como Góngora o el Conde de Villamediana glosarían aquel episodio que encerraba una gran moraleja, la que resumía Villamediana en un cuarteto:

"Éste que en la fortuna más subida
no cupo en sí, ni cupo en él su suerte,
viviendo pareció digno de muerte,
muriendo pareció digno de vida"


Estadista y noble español del siglo XVII, hombre de confianza del duque de Lerma. En el momento en que se inició el procedimiento judicial contra él, tenía los cargos, puestos y títulos de: marqués de Siete Iglesias; continuo de la Casa de Aragón; ayuda de la Real Cámara; tesorero de las alcabalas de Sevilla; hermano mayor de las rentas reales y cuatro azadas del Principado de Asturias; alguacil mayor del tribunal de la Chancillería de Valladolid; alcaide de la cárcel del tribunal de la Chancillería de Valladolid; registrador mayor, y archivero del mismo tribunal de la Chancillería de Valladolid; tenía dos puestos de regimiento en Valladolid; monopolio en el ingreso de la bula de Cruzada; mayordomo de obras de la ciudad de Valladolid; oositario general de Plasencia; escribano del ayuntamiento de Plasencia; mojonero de la villa de Pedrosa. Tenía además el hábito de la más prestigiosa Orden Militar de Caballería de la Península, la de Santiago, orden que le concedió la encomienda mayor de Aragón.

Su padre era un hidalgo español de origen castellano que ejerció su vida militar en los tercios de Flandes y que llegó a ser comendador mayor de Aragón de la Orden Militar de Santiago, mientras que su madre era flamenca. Ambos contrajeron matrimonio una vez que ya había nacido Rodrigo Calderón. Cuando murió su madre pasó a España con su padre, en concreto en la ciudad de Valladolid. Aquí realizó estudios universitarios en leyes en el Colegio de San Pablo, la universidad de la capital vallisoletana. Cuando finalizó dichos estudios entró al servicio del vicecanciller de Aragón. Algo más tarde, en 1598, entró al servicio del duque de Lerma, Francisco Sandoval y Rojas. Fue a partir de este momento cuando inició su meteórico ascenso a los puestos de poder de la monarquía hispánica y cuando, además, dio inicio a su gran fortuna económica. Se ganó con facilidad la confianza y simpatías del de Lerma de tal forma que este logró, debido a su ascendiente sobre el monarca, que Rodrigo Calderón fuera admitido en la casa del rey como ayuda de Cámara del soberano.

Aunque mantuvo siempre su fidelidad hacia Lerma, desde esta posición también supo granjearse en poco tiempo la confianza del monarca, quien de hecho le concedió el hábito de la Orden de Santiago con la encomienda de Ocaña, así como también el condado de Oliva. Pero además le nombró capitán de la guardia alemana y consejero de Estado. Pero su ascendiente sobre el monarca también afectó a su vida privada cuando el rey le concedió que se casara con doña Inés de Vargas

Esto ocurrió en un plazo de tiempo que era relativamente corto, por lo que provocó ciertos recelos y no pocas envidias entre otros personajes de la corte, tanto por su encumbramiento político y social como por su enriquecimiento económico. Estos recelos fueron acentuados por el propio carácter y forma de actuar que tenía don Rodrigo Calderón. Esta se caracterizaba, lejos de por hacer un uso razonable del poder que había acumulado en poco tiempo, por un carácter orgulloso en extremo, formas despóticas y una gran avaricia. Su acción se centró cada vez más en tener más cargos y riquezas pero es que además trataba de forma airada a quien solicitaba por algún motivo su intercesión, lo que le creó más de un enemigo. Su forma de actuación política y económica era común en otros personajes de la corte, como el marqués de Velada, Pedro Franqueza o el confesor real, el padre Aliaga, que hicieron uso de prácticas corruptas en las que el cohecho era algo frecuente. 

El objetivo principal de la oposición política era el propio Lerma, que aparecía como el principal responsable de la degeneración política y económica. Esta oposición se manifestó de dos formas. Por un lado se publicaron libelos y pasquines que acusaban a todos los implicados y en los que no se perdonaba ni al valido ni a su amigo. Por otro lado los miembros de la corte que estaban opuestos a Lerma, antes de decidirse a apuntar hacia el valido del rey se dedicaron a minar su entorno de poder. Esto culminó en una primera fase en la que el propio Lerma, que casi con toda seguridad estaba aconsejado por Rodrigo Calderón, quisieron detener las críticas contra ellos y su política mediante el cese y enjuiciamiento de algunos colaboradores, como ocurrió en el caso de Pedro Franqueza así como del secretario real, Ramírez del Prado. Sin embargo la oposición contra el valido no quedó satisfecha con tales ceses, pero tampoco se atrevió a ir directamente contra el de Lerma. Por ello centró sus esfuerzos contra la persona de máxima confianza del duque de Lerma, Rodrigo Calderón, contra el que se inició una campaña hacia el año 1607. Su propio padre vaticino a su hijo un final fatal si no era capaz de cambiar su actitud personal y formas de actuación política.

Lo que don Rodrigo Calderón no se esperaba es que la campaña contra él tuviese su seno en la propia familia real. Una de las personas de la corte con la que se enemistó Rodrigo Calderón, debido a la actitud altanera de este, fue con el fraile Juan de Santa María, pero también con sor Mariana de San José, que era la priora del convento de la Encarnación. Ambos religiosos tenían frecuentes contactos con la reina doña Margarita de Austria y ejercían también una gran influencia sobre ella. Así pues la reina doña Margarita de Austria, asesorada e influenciada por ambos religiosos, actuó de forma decidida contra Rodrigo Calderón. Las reiteradas instancias de la reina, aconsejada por los dos religiosos citados, convencieron a Felipe III de la deslealtad de su ministro, pero continuó gozando de la confianza del duque de Lerma, su fortuna y poderío no amenguaron en lo más mínimo, ya que se le concedieron nuevos cargos y nuevos honores, lo que hizo de él uno de los personajes más influyentes de España.


Así pues, y en nombre de la moralidad administrativa, política y económica, consiguió que el rey decretara su destitución como secretario. El duque de Lerma se percató de este ataque indirecto contra él e intentó satisfacer a la oposición contra su persona para lo cual dejó, al menos aparentemente, sacrificar a su amigo y servidor. Sin embargo la influencia de éste perduraba de la misma forma que se mantuvo la del propio Lerma. Pero un hecho luctuoso actuó nuevamente contra él. En 1611 la reina doña Margarita de Austria falleció de sobreparto, casualmente poco después de la destitución de Rodrigo Calderón. Sus enemigos políticos y por ellos los de Lerma, aprovecharon la circunstancia y sin ningún fundamento le acusaron de provocar la muerte de la reina. Con todo, en este momento nadie de las clases dirigentes tomó en consideración estos rumores que acusaban a Rodrigo Calderón. Sin embargo éste fue alejado de la corte y se le envió poco después a una misión diplomática que le llevó a los Países Bajos como embajador extraordinario entre 1612 y 1614. Allí recibió continuas muestras de afecto y era agasajado tanto por la infanta-gobernadora, Isabel Clara Eugenia, como por su marido, el archiduque Alberto

Cuando regresó a la Península Ibérica la confianza del rey en su persona se continuaba manifestando y así el monarca le nombró marqués de Siete Iglesias. Los religiosos que habían sido consejeros de la reina doña Margarita de Austria no cesaron en sus actividades contra don Rodrigo Calderón. A su vez encontraron un inesperado apoyo en el confesor del rey, el padre Aliaga, que veía en Rodrigo Calderón un rival político potencialmente muy peligroso. En esta nueva fase de la ofensiva que se orquestaba contra Rodrigo Calderón, la oposición al duque de Lerma se vio lo suficientemente fuerte como para actuar contra él. Para ello contaron con el apoyo de otro inesperado aliado, el propio hijo de Lerma, el duque de Uceda, que aspiraba a suceder a su padre pero que tenía el final último de mantener el poder dentro del propio linaje familiar frente al acoso al que estaba sometido por parte de las facciones político-sociales rivales. 

En 1618, Felipe III, cediendo a las crecientes protestas por la mala administración del reino, despidió al duque de Lerma, que se retiró a sus tierras. Calderón quedaba ahora totalmente expuesto a sus enemigos. Algunos le aconsejaron que marchara al extranjero, pero eso hubiera supuesto reconocer su culpabilidad. Confiaba también en que sus títulos fueran suficiente protección. Se realizó una nueva acusación de asesinato contra él, esta vez sobre el plebeyo Francisco Juara. Ante este hecho y la presión de los grupos rivales, el rey Felipe III nombró un tribunal al que ordenó para que inquiriese su culpabilidad e instruyese su proceso judicial oportuno. En esta situación don Rodrigo Calderón se marchó desde la corte madrileña hacia Valladolid y allí inició la destrucción de papeles que pudieran ser comprometedores para él e igualmente ocultó gran parte de sus riquezas. En esta situación estaba cuando fue detenido el 19 de febrero de 1619 en su casa vallisoletana y fue recluido en prisión.

En las semanas siguientes fue conducido sucesivamente al castillo de La Mota (Medina del Campo), al de Montánchez (Cáceres) y al de Santorcaz (Madrid), donde permaneció incomunicado bajo una atenta vigilancia. Posteriormente fue trasladado a Madrid, donde, con todos sus bienes confiscados, las autoridades habilitaron su casa como prisión, dividiendo la lujosa sala principal en tres compartimentos: uno para vivir, otro para ser usado a modo de oratorio y el tercero como lugar de reunión del tribunal de jueces de su causa. Dieciocho guardias se turnaban para vigilarlo.

Calderón fue acusado de enriquecimiento ilícito, de diversas formas de abuso de poder, haberse servido de hechizos para manipular al rey y otras personas de la corte, haber alterado la justicia y de haber tramado nada menos que siete homicidios, entre ellos el de la reina Margarita.

En esta circunstancia contó aún con el apoyo del duque de Lerma, que intentó interceder por don Rodrigo Calderón ante el rey. Pero una de estas acusaciones que esta vez tomó gran fuerza fue la de propiciar el asesinato de la reina doña Margarita de Austria, asesinato que se habría producido por envenenamiento.

De esta forma, Rodrigo Calderón admitió ante los jueces que realizaban el proceso ciertas acusaciones de las que se realizaron contra su persona, pero los jueces no lograron que confesara papel alguno en el hipotético asesinato de la reina. Debido a esto no vacilaron y siguieron las órdenes del propio monarca que exigió que se le aplicara tormento para que confesara. Así pues se aplicó la tortura sobre don Rodrigo Calderón para lo que se empleó el potro, pero que tampoco surtió efecto alguno. 

Finalmente los jueces no pudieron probar contra don Rodrigo Calderón más que el asesinato contra Francisco Juara y Agustín de Ávila, de cuyas muertes había sido el inductor y ordenante de las mismas. Igualmente consideraron que el reo había sido castigado de forma suficiente con los dos años que había sufrido en prisión y por ello se mostraron favorables a que se solicitara su indulto. Ante esto, el propio rey, que había decidido anteriormente privarle de todos sus bienes y honores, lo que llevó a su familia a que carecieran de los más necesario, pareció también favorable al indulto e igualmente decidido a rectificar estas decisiones. Otro frente por el que se persiguió la libertad del acusado fue por los esfuerzos de su propia familia, quienes llegaron a interceder por él ante el monarca, este que se mostraba favorable a don Rodrigo Calderón, retrasó su decisión sobre su libertad, retraso que tuvo fatales consecuencias. Una nueva muerte cambió nuevamente el destino de Rodrigo Calderón ya que en marzo de 1621 falleció el rey Felipe III y subió al trono de la monarquía hispánica su hijo Felipe IV, el triunfo definitivo de los rivales del duque de Lerma.

El nuevo monarca y su valido Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares, que tenía resentimientos personales contra don Rodrigo Calderón pues acusaba a Lerma y a Calderón de haberle negado el título de grande de Españase hicieron eco de la corriente y acusaciones populares contra la administración viciosa y corrupta del reinado de su padre. El propio rey Felipe IV pudo mostrarse más compasivo pero al parecer también tenía cierta animadversión contra el acusado debido al soterrado enfrentamiento político que había tenido con su madre, la reina Margarita de Austria. La suerte del antiguo ministro estaba echada.

En el proceso contra don Rodrigo cuya instrucción se había realizado bajo el reinado de Felipe III, no se había profundizado en las cuestiones de su falta de delicadeza administrativa y el recibir recompensas por los favores prestados, cohecho, que es lo que realmente había hecho notablemente impopular al acusado. Su abogado defensor, Antonio de la Cueva y Silva, alegó en el descargo del acusado que hasta 1607 no hubo una prohibición formal de la corte a los funcionarios reales sobre la recepción de este tipo de dádivas.

Así pues, los nuevos gobernantes y el reinicio del proceso contra don Rodrigo Calderón no se dirigieron hacia esos aspectos. Lo que si se hizo fue instruirles para que actuaran de forma mucho más severa contra él, de forma que su caso fue ejemplo a la sociedad, y así hicieron. En esta nueva fase los jueces, que antes eran partidarios de solicitar su indulto, condenaron a don Rodrigo Calderón a la pena de muerte, que fue llevada a cabo en Madrid el 21 de octubre de 1621.

En el último trance afrontó la muerte de forma serena e impasible mostrando grandes dosis de resignación, valor y dignidad, pero sobre todo un sincero y profundo arrepentimiento de sus culpas, que logró conmover a quienes habían sido sus enemigos.

Fuentes: 
mcnbiografías (texto)
Vallisoletvm (texto y fotos)

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