Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

13 de marzo de 2014

El gran Mónico

La insólita aventura de un ingeniero manchego en tiempos de crisis: Mónico Sánchez, un español nacido en 1880 en un pueblo miserable que emigró a Nueva York y acabó inventando un aparato portátil de rayos X y trabajando en la telefonía sin hilos.

Mónico Sánchez Moreno vino al mundo en Piedrabuena, Ciudad Real, en el seno de una humilde familia, el 4 de mayo de 1880. Su padre hacía tejas con barro y su madre lavaba ropa por encargo en un pilón a cambio de unas monedas. El chico se había criado descalzo en un pueblo en el que tres de cada cuatro personas eran analfabetas, ganándose la vida haciendo recados.

No puede decirse que hubiera nacido en un lugar y en un ambiente muy propicio para la invención, pero la obstinación de Mónico logró convertir la adversidad en una ventaja. Desde muy temprano se sintió fascinado por la electricidad. Era la época de la conocida como guerra de las corrientes y, por muy alejado que se encontrara La Mancha de Nueva York, sí llegaban noticias sobre las batallas de ingenio y de altas finanzas entre Edison y Tesla, entre J.P. Morgan y George Westinghouse, ente la corriente continua y la alterna.

Mónico Sánchez decidió coger todos los ahorros que había ganado, comprarse un traje y emigrar a Madrid para estudiar ingeniería eléctrica. Ni siquiera tenía el bachiller elemental. Se matriculó en Madrid en un curso de electrotecnia a distancia que ofrecía una institución británica, impartido desde Londres por el ingeniero Joseph Wetzler. Era en inglés y Mónico no sabía ni una palabra de inglés.

Pero debió de seguir el curso por correspondencia de una manera tan rigurosa y sus progresos llamaron tanto la atención de sus maestros ingleses que el mismísimo Joseph Wetzler se puso en contacto con él facilitándole toda la ayuda necesaria para conseguir trabajo en una empresa eléctrica de Nueva York. 

Así, el 12 de octubre de 1904, un chaval español de 23 años se subió a un barco en Cádiz con 60 dólares en el bolsillo destino a Nueva York. 

Compagina el trabajo con los estudios y logra el título de ingeniero en junio de 1907 con las más altas calificaciones.

Comienza a trabajar para la Foote Pierson Company, fabricante de equipos para el telégrafo. Entonces inscribe su primera patente, el puente de Weasthone–Sánchez para la medida de aislamiento, capacidad y resistencia.

Completa su formación en la Universidad de Columbia con un curso de ampliación de electricidad. Aquí destaca por sus trabajos sobre condensadores y bobinas de inducción.

Y en plena guerra de las corrientes, en 1908, ya como ingeniero eléctrico, consigue su primer empleo como ingeniero jefe de la compañía Van Houten and Ten Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales. Allí, aplicando algunos avances de Tesla, consiguió su gran invento: un aparato de rayos X portátil.

Acababa de nacer el conocido Aparato Sánchez. Donde hasta entonces sólo había grandes máquinas fijas, ahora se podía llevar un sistema de rayos X donde se deseara. La nueva máquina se podía desplegar en apenas unos minutos, ocupaba el espacio de una maleta de viaje relativamente pequeña y no llegaba a la decena de kilos de peso frente a los 400 de los equipos tradicionales. 

El joven de Piedrabuena se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva York. Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo: en los teléfonos móviles.

La Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez como ingeniero jefe, con la intención de vender su aparato portátil de rayos X, que pasó a bautizarse The Collins Sánchez Portable Apparatus. Collins ofreció 500.000 dólares al castellano-manchego por su invento.

El sueño duró muy poco. La empresa de Collins comenzó una gran campaña de propaganda para vender acciones, sugiriendo que la telefonía móvil en coches, trenes y barcos ya era una realidad. Cuatro ejecutivos, incluido Collins, acabaron en la cárcel. En su sentencia se aludía a un presunto fraude en sus demostraciones en lugares públicos, limitadas a conversaciones breves para que los teléfonos no echaran chispas. Cuando estalló el escándalo, Mónico ya había abandonado la empresa.

De aquellos formidables shows queda una fotografía de 1909: en ella aparece Mónico Sánchez mostrando su aparato de rayos X en un stand de la III Feria de la Electricidad, celebrada en el Madison Square Garden de Nueva York. A su lado aparecen, nada más y nada menos, los stands de la General Electric de Thomas Edison y de la Westinghouse de Nikola Tesla.

En 1912, tan sólo nueve años después, regresó de EEUU con un millón de dólares en el bolsillo, después de participar en la creación de los primeros teléfonos móviles, hace más de 100 años, y de inventar un aparato de rayos X portátil que salvó a más de un soldado en la Primera Guerra Mundial.

Con 32 años y realmente rico, el hombre que iba para analfabeto regresó a España convertido en un emprendedor millonario. Y, entonces, se le ocurrió construir un centro de alta tecnología en su pueblo castellano-manchego y fabricar allí sus aparatos portátiles de rayos X.

En 1913 ya estaba en pie el Laboratorio Eléctrico Sánchez. El problema es que en Piedrabuena no había electricidad, pero ese detalle no iba a detener al hombre que se puso a estudiar en inglés sin saber inglés. Montó una central eléctrica en su pueblo, abastecida por el carbón llegado en carros tirados por mulas. Y casi todo Piedrabuena acabó teniendo luz eléctrica, previo pago.

Mientras tanto, Europa cayó en las sombras de la Gran Guerra, pero curiosamente eso supuso todo un golpe de suerte para Mónico Sánchez. Si hasta entonces había vendido sus aparatos portátiles de rayos X a médicos de toda Europa y América, pasó en 1914 a ser también el proveedor del ejército francés. Decenas de novísimas ambulancias fueron equipadas con aparatos Sánchez, con lo que en plena guerra se tenían a mano sistemas portátiles de rayos X para el auxilio de los heridos.

Piedrabuena se convirtió en el más puntero centro de investigación en radiología de su época. Todo parecía marchar bien, el futuro era brillante y Mónico comenzó a diseñar máquinas de electroterapia.

Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo a partir de 1913 se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid.

Mónico Sánchez, seguramente motivado por mejorar las condiciones de sus conciudadanos y dado su carácter emprendedor, intervino en política. Se hace amigo del General Aguilera, maestro de liberales. Fiel a este rechaza la dictadura de Primo de Rivera, es elegido concejal y presidente de la Cámara de Comercio de Ciudad Real en 1935, cargo que ocupará hasta su muerte, salvo el paréntesis de la guerra.

Mónico celebró la caída de la Monarquía y la llegada de la Segunda República en 1931, pero cuando comenzó la Guerra Civil no supo dónde situarse. Primero, los milicianos incautaron su laboratorio. Un día, incluso, fueron a buscarlo con la excusa de que tenían que acabar unos equipos para el ejercito y como no estaba se llevaron a Juan Mota, su segundo, al que no volvió a ver con vida. Huyó a Valencia hasta el final de la contienda. Tras la guerra, sin embargo, el jefe de Falange en la región acusó a Sánchez del asesinato de Juan Mota, aunque jamás fue procesado. 

El Laboratorio Eléctrico fue cayendo en el olvido, más que nada por la interferencia de las autoridades de la época y a la competencia de nuevas tecnologías que mejoraban el aparato Sánchez. Mónico no se recuperó de aquella crisis y, aunque continuó diseñando todo tipo de aparatos novedosos, no volvió a la primera línea del mercado de aparatos radiológicos. Con su fallecimiento, a finales de 1961, acabó la historia de su Laboratorio Eléctrico, que cayó en el olvido desde entonces.

Su historia es tan fascinante que se ha convertido en un ejemplo de que “en condiciones más adversas que las actuales, es posible no sólo salir adelante, sino llevar a cabo proezas admirables”, en palabras del físico Manuel Lozano Leyva, que acaba de publicar un libro sobre su vida: El gran Mónico. 

En su época, los reconocimientos fueron notables, como la imposición de la medalla de oro de Ciudad Real en 1914, la medalla de oro de la exposición Internacional de Barcelona de 1929 y el doctorado Honoris Causa  en Ciencia Electrotécnicas por la Escola Livre de Engenharia do Rio de Janeiro. Así mismo, impartió numerosas conferencias, colaboró en diversas revistas técnicas nacionales y extranjeras, participó en múltiples congresos y publicó diversos artículos tanto en EE.UU. como en España. Su creatividad continuaría en el terreno de la electrofísica con generadores de corriente, onda corta, bisturí eléctrico…


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